martes, 2 de septiembre de 2008

El nuevo cine europeo en los 40-50

El cine europeo pasa por una situación de necesario proteccionismo por parte de los gobiernos de cada país, con el fin de poder establecer unos márgenes que permitan desenvolverse en el propio mercado ante la presencia del cine estadounidense. Es una década de transición en la que directores muy jóvenes, en su mayoría surgidos del campo de la crítica cinematográfica, desean hacer frente al cine convencional y clásico. Para eso a lo largo de la década reclaman libertad de acción y creación y ayudas para financiar sus proyectos, y darán origen a unos movimientos con proyección cultural y política que fueron conocidos como la "nouvelle vague" (Francia), el "free cinema" (Reino Unido) y el "Nuevo cine alemán", entre otros, y siempre en conexión directa con lo que acontecía en diversos países americanos. 


La 1ª corriente que surgió en Europa fue el Neorrealismo italiano, tras la IIGM, decidido a mostrar la autenticidad de las cosas y las personas, hasta llegar a tomar un tono documental. Recogió la tradición del cine realista que se había dado en Italia en los días del mudo, y terminó con la grandilocuencia del cine fascista.

 

El pistoletazo de salida lo dio Roberto Rossellini en 1945 con Roma, ciudad abierta, rodada con escasos medios. Relataba hechos reales, ocurridos en el invierno del 44 cuando Roma fue ocupada por los nazis, y se rodó allí donde había sucedido. Tiene 3 protagonistas cuyo único rasgo común es la pertenencia a la resistencia antinazi: un militante comunista (acaba fusilado), una campesina (ametrallada), y un sacerdote (torturado hasta la muerte).

         A partir de aquí, el neorrealismo se diversifica en 2 subtendencias:

  •          El realismo con dosis de sentimentalismo, liderada por Vittorio de Sica y su Ladrón de bicicletas (1948).
  •         Realismo crítico, de raíz marxista, que permite sacar consecuencias políticas, liderado por La guerra          Trema de Visconti (1948), que muestra la situación de pobreza en Sicilia.

 

         El neorrealismo italiano influyó mucho en Europa porque dio una gran lección: se podía hacer un cine sublime con pocos medios económicos y humanos. Su final llegó tras la llegada al poder de la Democracia Cristiana en 1948, que pretendía crear una nueva Italia, más alegre y mediterránea y potenció un cine más acorde con estas premisas: la Comedia italiana de los 50, protagonizada siempre por actrices de poderío físico (Sofía Loren, Gina Lollobrigida). Se le ha llamado Comedia neorrealista, o Realismo rosa, al recoger elementos formales del neorrealismo como los escenarios naturales y los ambientes naturales. Un ejemplo es Pan, amor y fantasía. Tras esto, destacan en Italia dos directores diferenciados, que encabezaron lo que se ha denominado postneorrealismo, que bebe del neorrealismo pero con una personalidad muy específica:

         -Michelangelo Antonioni, que practicó cierta crítica social, pero siempre desde el intimismo.

         -Fellini, un director personalísimo, el mejor cronista de la Italia profunda.

 

 

         Otro movimiento europeo crítico con el cine de alto presupuesto fue la Nouvelle vague de finales de los 50, que se prolongó hasta los 70. Empezó a gestarse en la revista Les cahiers de cinema, publicada a partir de 1951, de la mano de un grupo de críticos que demandaba un nuevo cine, de autor, más visual, que rindiera culto a la imagen y que, sobre todo, homenajara a los pioneros como Griffith. Uno de los primeros síntomas de esa nueva ola lo dio Roger Vadim en 1956 con Y Dios creó a la mujer, con un mayor predominio visual, pero que ante todo convirtió en mito erótico a la que era su mujer, la Bardot, que ha reportado más dinero a Francia que la Renault.

         Pero el reconocimiento total llegó en Cannes, en 1959, donde fueron premiadas 2 películas que rompían la tradición cinematográfica francesa y sentaban las bases de la nueva ola: Los cuatrocientos golpes de Truffaut e Hiroshima mon amour de Resnais. Este cine presenta relaciones individuales y, como máximo, de pareja. Llegó a la cima con Godard y Al final de la escapada (1959). Creó un lenguaje cinematográfico muy personal: una sucesión de momentos inconexos sin ningún trasfondo cronológico ni psicológico. Fue un movimiento muy poco unitario, pero tuvo algunos rasgos comunes:

El cine británico mantiene vivas las líneas creativas de los cuarenta, más arropadas por la ayuda del gobierno. La comedia de los Estudios Ealing y las adaptaciones shakesperianas de Laurence Olivier convivieron con producciones bélicas y numerosas adaptaciones teatrales que habían sido éxito en el West End londinense. En estos años las películas de David Lean evolucionaban entre la sencillez de El déspota (1953) y la superproducción (El puente sobre el río Kwai, 1957; Lawrence de Arabia, 1962). La productora Hammer vivirá su mejor momento industrial y artístico al abordar películas de ciencia-ficción como El experimento del doctor Quatermass (1955), de Val Guest, y, especialmente, historia de terror, en las que rescata los personajes clásicos que hiciera famosos la Universal, sólo con la diferencia que estas producciones ya eran en color. Así surgieron La maldición de Frankenstein (1957) y Drácula (1958), dirigidas por Terence Fisher e interpretadas por Peter Cushing y Christopher Lee, producciones que alcanzaron un notable éxito internacional.

El cine nórdico continuó ofreciendo excelentes trabajos, como el del maestro
Carl Theodor Dreyer que dirigió La palabra (1955), una obra completa en su fondo y forma. No obstante, a partir de esta década el nombre que recordará la existencia del cine en estos países será el de Ingmar Bergman, director sueco que sorprende al mundo con una películas cargadas de emoción, sentimiento, tragedia y humanidad. A partir de El séptimo sello (1956) es descubierto en muchos países en los que comienzan a revisar su obra anterior al tiempo que continúan su trayectoria con otros filmes tan sorprendentes como Fresas salvajes (1956) y el manantial de la doncella (1959).


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